Roberto González
Sehwerert acaba de abandonarnos, después de enfrentar a la muerte con la entereza que
caracteriza a los bravos guerreros.
Lo hizo sin claudicar ni bajar la espada en aras de que su
hermano René, junto a Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando
González regresara a la Patria, y terminara el injusto cautiverio que sufren en Estados
Unidos estos patriotas.
Todavía lo recuerdo, en camiseta, tecleando en la
computadora o sentado frente al televisor, leyendo ávidamente cualquier libro que le
cayera en sus manos, o intercambiando opiniones con los amigos de Cuba, que lo visitaban
en el último de sus viajes a Miami, donde hacía escala para dirigirse a la prisión de
Marianna a visitar a René.
Conversamos de muchos temas, pero Cuba y sus Cinco Héroes
estaban siempre en la charla.
Todas sus energías, aún cuando la muerte le acechaba
peligrosamente, iban dirigidas a luchar por que la justicia se impusiera contra la
ignominia.
En medio de tanta tristeza por su partida, recuerdo
nítidamente aquel almuerzo de domingo que compartimos en un lugar del South West de
Miami, donde Roberto nos regalaba sus esperanzas infinitas de ver regresar a casa a los
cinco patriotas antiterroristas que el imperio decidió colocar tras las rejas.
Junto a él estaban su padre, Cándido, y un grupo de
amigos que nos dejamos contagiar de su confianza en el futuro, seguros de que -con hombres
como él- la causa de Los Cinco no estaba perdida.
Roberto González Sehwerert supo cumplir -como René,
Gerardo, Antonio, Fernando y Ramón- con el deber que la Patria le impuso, como abogado
combativo, activista incansable y revolucionario convencido.
Con sus padres, Cándido e Irma, y el resto de su familia,
lloramos la pérdida de este hombre sencillo que no dudó para ponerse al lado de una
justa causa; para salvar la libertad de sus cinco hermanos y mantener en alto la dignidad
de un pueblo que lo recordará eternamente.ACN
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