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30 ene 2023

Manzanillero condecorado post-mortem por el Soviet Supremo de la URSS

Enrique Vilar Figueredo Nació en Manzanillo, el 16 de agosto de 1925, fecha en la que queda constituido el Primer Partido Comunista de Cuba. 

En su niñez es encarcelado su padre por labores revolucionarias, y una organización internacional de ayuda a luchadores por la justicia social propuso a los camaradas cubanos enviar a la Unión Soviética a los hijos de los familiares más necesitados.

Esa propuesta le fue informada a la madre de Enrique, Caridad Figueredo; quien, decidió enviarlo a la patria de Lenin.

El recuerdo más fijo que tenía de su madre y de su país era una arca dando vueltas en torno al vapor fondeado en el puerto de La Habana y que en breve lo llevaría a Europa. Desde las barandillas de cubierta, el niño se llevaría la imagen que conservó por el resto de sus días.

Era el 20 de agosto de 1932, y el pequeño, uno de los varones de los Vilar Figueredo, viajaba solo a la Unión Soviética.

La separación de padre y hermanos tenía un objetivo primario, real e inevitable: los padres estaban perseguidos por actividades comunistas, en medio de penurias económicas y creciente inseguridad.

El idioma, el clima, la costumbre del país eslavo debieron ser durísimas pruebas. Pero todos en tierra de la BALALAIKA, un instrumento musical, se afanaron por que la estancia afuera menos traumática.

Y una de las personas que hicieron lo imposible por hacerle la vida más llevadera a Enrique fue una italiana llamada Tina, entonces a cargo de la sección latinoamericana de la Organización Internacional de Ayuda a los Revolucionarios.

Tina adoraba a los cubanos, y tanto, que el gran amor de su vida era un nativo de la isla caribeña a quien todos llamaban Julio Antonio y que había muerto en sus brazos, asesinado en México pocos años antes.

El cubanito, trigueño, simpático, comunicativo, no le fue indiferente a la italiana que quizás veía en él al hijo que no pudo tener con Mella.

Cuatro años después en 1936, Enrique hablaba con soltura el ruso, iba a la escuela internacional Elena Stásova, en la ciudad de Ivanovo, junto al también cubanito Jorge Vivó y su hermanito Aldo, y paseaba a orillas del Talka, en espera de que la familia se reuniera por fin en Moscú.

El muchacho anduvo aquellos días como pocas veces; alegre, andaba de cicerone por la capital rusa, actuando orgulloso de intérprete con sus hermanos Georgina, Federico y Rita, en el Zoológico, en el Parque Gorki, el cine...

Miraba a su mamá con arrobamiento: “Eres tan joven y bonita”, le decía. Pero los orgullosos padres hacia finales de los años 30 debían regresar a la batalla diaria.

En la URSS quedarían los cuatro hermanos. El tiempo pasó y los cubanitos se sentían como en casa. Enrique entraría lógicamente en el Konsomol leninista.

Cuando el manzanillero Enrique arribó a la capital soviética, se encontraba allí otro héroe de nuestro pueblo: Rubén Martínez Villena, quien, agobiado por la inactividad y la precariedad de su salud, había conseguido que le permitieran salir del sanatorio y trabajar en las oficinas de la Internacional Comunista en Moscú.

Para Martínez Villena aquella estancia constituyó una especie de escala para su regreso a Cuba. Sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, recién había nacido en Cuba su hija, deseaba conocerla y, como le dijera a su esposa en una carta aún inédita que le escribiera en septiembre, había decidido regresar a Cuba para no morir inútilmente fuera de su patria, cuando aún le quedaban fuerzas para luchar.

Una de las primeras actividades de Villena en Moscú fue ocuparse del niño Enrique Vilar, recientemente llegado a la capital soviética, alojado en un primer momento en el orfanato Clara Zetkin, hasta que estuviera listo el hogar que acogería definitivamente.

Sobre aquella visita le relata a su esposa en una carta su preocupación por Enrique, quien había llegado a Moscú cuando aún no se había terminado la construcción de la Casa Internacional del Niño, y la necesidad de llevarlo provisionalmente a otro sitio.

Al respecto le informaba como en ninguna de las colonias infantiles o colegios hay niños de habla española, yo he querido que él viva algún tiempo en casa de algún comunista que tenga niños conocedores del español y del ruso, para que aprenda las frases más necesarias..., y destacaba: El chico es un niño prodigio, dice cosas formidables. Conmigo se lleva muy bien.

Pocos días después, en otra carta, Villena, se refiere al pequeñín, expresando: ¡Que maravilla de chiquillo! crecido entre las juntas secretas, las persecuciones al padre, y el reflejo de las huelgas y las luchas proletarias, dice cosas que sorprenden y aturden.

Cuenta de las luchas; conoce los cc. ilegales, sabe responder a todo. Cuando lo voy a ver al internado escolar me dice: Rubén, yo se que tú estás malo, si el tiempo no está bueno no salgas para venirme a ver. Villena le responde: un luchador no debe casarse: yo no lo haré. ¡Tu sabes lo que es llegar a la casa y tener cientos de pesos en el bolsillo y no poderle dar un pedazo de pan a tus hijos!” ¡¡La tragedia de su padre!!  

Pero Rubén Martinez Villena no pudo atenderlo mucho más, en mayo de 1933 regresó a Cuba para entregar el resto de sus fuerzas a la lucha revolucionaria.

En la URSS había quedado en Enrique, quien también fue atendido con mucho cariño por otras figuras revolucionarias que habían encontrado refugio en la URSS, entre ellas: Tina Modotti, Luis Carlos Prestes y sus dos hermanas, Clotilde y Eloisa, en la casa de ambas pasaba días el niño manzanillero hasta que estuvo listo el internado.

También se ocuparon de él personalmente otros destacados luchadores comunistas: el búlgaro Gueorgui Dimitrov; el alemán Wilhelm Pieck, el italiano Palmiro Togliatti y los españoles José Díaz y Dolores Ibárruri, por mencionar a algunos de los que entregaron sus cuidados y su cariño al pequeño Enrique, quien no tardaría en escribir su propia página de lucha en la guerra contra el fascismo. Con ellos pasó también algunos días en el legendario hotel moscovita Lux.

De ellos recibió las atenciones que había tratado de garantizarle Rubén, hasta que, en mil934, ingresó en el orfanato internacional para los hijos de los luchadores de muchos países de América Latina, Europa y Asia, ubicado en la ciudad de Ivánovo. Allí también, poco después, llegó Aldo Vivó.

En junio de 1941 la guerra tocaría a las puertas soviéticas, Georgina, su hermana mayor, se fue a un curso intensivo de adiestramiento. Enrique iría por voluntad propia a la Escuela Superior de Mandos de Moscú. Poco después se iría al frente. “Si tengo oportunidad te llamo para que me vayas a despedir”, le dijo a la hermana mayor.

En la estación moscovita de trenes se vieron por última vez. “Ha llegado el momento de luchar por nuestra segunda patria. Ojalá tengas suerte”, le dijo Georgina, y nunca más volvieron a verse.

Hacia el verano de 1941, la Segunda Guerra Mundial desatada por la Alemania hitleriana contra los países de Europa, había llegado a las puertas de la Unión Soviética y en abril de 1942, el manzanillero Enrique Vilar Figueredo con 18 años de edad se alistó en el Ejército Rojo y fue enviado a la Escuela Especial de Moscú.

Allí termina con éxito su preparación militar y más tarde fue designado Jefe de Pelotón de Infantería. Siempre estuvo solicitando autorización para marchar al frente; pero, sólo en el otoño de 1944 logró su propósito cuando fue puesto a disposición del Segundo Frente de Bielorrusia.

Enrique se trasladó a Moscú a la ciudad de Ivanovo, donde ingresó en el Orfanato de la Internacional Comunista en el que vivían los hijos de los revolucionarios de muchos países de Europa, América y Asia. Desde allí escribió a su padre: "Papá, lucha por nuestra causa, cuando yo regrese seguiremos luchando juntos

En las noches del 29 y 30 de enero de 1945 se realizaban combates por tomar el poblado de Fürstenau en Prusia Oriental, a 40 kilómetros de Polonia. Hacia este combate guiaba Vilar su pelotón integrado por sólo 12 combatientes de la novena compañía, los cuales fueron dejados entrar en la aldea para liquidarlos completamente.

Sólo tuvieron tiempo de colocarse en línea, mas no los dejaron avanzar; sin embargo, el pelotón jugó un importante papel por cuanto desvió fuerzas y atención hitlerianas dando posibilidad al batallón que combatía, de ocupar el poblado. Contaba este joven al ofrendar su vida con sólo 19 años.

En 1945, reunida la familia en La Habana, recibían una comunicación oficial del Kremlin, en la que se informaba que Enrique Vilar Figueredo había caído combatiendo en tierra polaca, un día como hoy pero de 1945, a pocos días del triunfo sobre el fascismo.

Enrique Vilar no pudo regresar a Manzanillo este joven de extraordinaria madurez revolucionaria, murió para depositar, en el alma del pueblo cubano, una semilla de espíritu patriótico, solidario, independentista, antifascista e internacionalista; de amor hacia un país del cual varias generaciones guardan imborrables recuerdos a tiempo que admiran su historia y su cultura.

En la Plaza de La Victoria, de la capital de Belarús, se conmemora cada año, con ofrendas florares colocadas en el Fuego Eterno al Soldado Desconocido, la caída del combatiente internacionalista cubano.

Sus restos reposan en el cementerio de Branevo en Polonia y fue condecorado post-mortem por el Soviet Supremo de la URSS con la Orden de la Guerra Patria y por el Consejo de Estado de la República de Cuba, con la Orden Ernesto Che Guevara de Primer Grado.

Texto Ecured, foto Internet.