Enrique Vilar Figueredo Nació en Manzanillo, el 16 de agosto de 1925,
fecha en la que queda constituido el Primer Partido Comunista de Cuba.
En
su niñez es encarcelado su padre por labores revolucionarias, y una
organización internacional de ayuda a luchadores por la justicia social
propuso a los camaradas cubanos enviar a la Unión Soviética a los hijos
de los familiares más necesitados.
Esa propuesta le fue informada a la madre de Enrique, Caridad Figueredo; quien, decidió enviarlo a la patria de Lenin.
El
recuerdo más fijo que tenía de su madre y de su país era una arca dando
vueltas en torno al vapor fondeado en el puerto de La Habana y que en
breve lo llevaría a Europa. Desde las barandillas de cubierta, el niño
se llevaría la imagen que conservó por el resto de sus días.
Era el 20 de agosto de 1932, y el pequeño, uno de los varones de los Vilar Figueredo, viajaba solo a la Unión Soviética.
La
separación de padre y hermanos tenía un objetivo primario, real e
inevitable: los padres estaban perseguidos por actividades comunistas,
en medio de penurias económicas y creciente inseguridad.
El
idioma, el clima, la costumbre del país eslavo debieron ser durísimas
pruebas. Pero todos en tierra de la BALALAIKA, un instrumento musical,
se afanaron por que la estancia afuera menos traumática.
Y
una de las personas que hicieron lo imposible por hacerle la vida más
llevadera a Enrique fue una italiana llamada Tina, entonces a cargo de
la sección latinoamericana de la Organización Internacional de Ayuda a
los Revolucionarios.
Tina
adoraba a los cubanos, y tanto, que el gran amor de su vida era un
nativo de la isla caribeña a quien todos llamaban Julio Antonio y que
había muerto en sus brazos, asesinado en México pocos años antes.
El
cubanito, trigueño, simpático, comunicativo, no le fue indiferente a la
italiana que quizás veía en él al hijo que no pudo tener con Mella.
Cuatro
años después en 1936, Enrique hablaba con soltura el ruso, iba a la
escuela internacional Elena Stásova, en la ciudad de Ivanovo, junto al
también cubanito Jorge Vivó y su hermanito Aldo, y paseaba a orillas del
Talka, en espera de que la familia se reuniera por fin en Moscú.
El
muchacho anduvo aquellos días como pocas veces; alegre, andaba de
cicerone por la capital rusa, actuando orgulloso de intérprete con sus
hermanos Georgina, Federico y Rita, en el Zoológico, en el Parque Gorki,
el cine...
Miraba
a su mamá con arrobamiento: “Eres tan joven y bonita”, le decía. Pero
los orgullosos padres hacia finales de los años 30 debían regresar a la
batalla diaria.
En
la URSS quedarían los cuatro hermanos. El tiempo pasó y los cubanitos
se sentían como en casa. Enrique entraría lógicamente en el Konsomol
leninista.
Cuando
el manzanillero Enrique arribó a la capital soviética, se encontraba
allí otro héroe de nuestro pueblo: Rubén Martínez Villena, quien,
agobiado por la inactividad y la precariedad de su salud, había
conseguido que le permitieran salir del sanatorio y trabajar en las
oficinas de la Internacional Comunista en Moscú.
Para
Martínez Villena aquella estancia constituyó una especie de escala para
su regreso a Cuba. Sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, recién
había nacido en Cuba su hija, deseaba conocerla y, como le dijera a su
esposa en una carta aún inédita que le escribiera en septiembre, había
decidido regresar a Cuba para no morir inútilmente fuera de su patria,
cuando aún le quedaban fuerzas para luchar.
Una
de las primeras actividades de Villena en Moscú fue ocuparse del niño
Enrique Vilar, recientemente llegado a la capital soviética, alojado en
un primer momento en el orfanato Clara Zetkin, hasta que estuviera listo
el hogar que acogería definitivamente.
Sobre
aquella visita le relata a su esposa en una carta su preocupación por
Enrique, quien había llegado a Moscú cuando aún no se había terminado la
construcción de la Casa Internacional del Niño, y la necesidad de
llevarlo provisionalmente a otro sitio.
Al
respecto le informaba como en ninguna de las colonias infantiles o
colegios hay niños de habla española, yo he querido que él viva algún
tiempo en casa de algún comunista que tenga niños conocedores del
español y del ruso, para que aprenda las frases más necesarias..., y
destacaba: El chico es un niño prodigio, dice cosas formidables. Conmigo
se lleva muy bien.
Pocos
días después, en otra carta, Villena, se refiere al pequeñín,
expresando: ¡Que maravilla de chiquillo! crecido entre las juntas
secretas, las persecuciones al padre, y el reflejo de las huelgas y las
luchas proletarias, dice cosas que sorprenden y aturden.
Cuenta
de las luchas; conoce los cc. ilegales, sabe responder a todo. Cuando
lo voy a ver al internado escolar me dice: Rubén, yo se que tú estás
malo, si el tiempo no está bueno no salgas para venirme a ver. Villena
le responde: un luchador no debe casarse: yo no lo haré. ¡Tu sabes lo
que es llegar a la casa y tener cientos de pesos en el bolsillo y no
poderle dar un pedazo de pan a tus hijos!” ¡¡La tragedia de su padre!!
Pero
Rubén Martinez Villena no pudo atenderlo mucho más, en mayo de 1933
regresó a Cuba para entregar el resto de sus fuerzas a la lucha
revolucionaria.
En
la URSS había quedado en Enrique, quien también fue atendido con mucho
cariño por otras figuras revolucionarias que habían encontrado refugio
en la URSS, entre ellas: Tina Modotti, Luis Carlos Prestes y sus dos
hermanas, Clotilde y Eloisa, en la casa de ambas pasaba días el niño
manzanillero hasta que estuvo listo el internado.
También
se ocuparon de él personalmente otros destacados luchadores comunistas:
el búlgaro Gueorgui Dimitrov; el alemán Wilhelm Pieck, el italiano
Palmiro Togliatti y los españoles José Díaz y Dolores Ibárruri, por
mencionar a algunos de los que entregaron sus cuidados y su cariño al
pequeño Enrique, quien no tardaría en escribir su propia página de lucha
en la guerra contra el fascismo. Con ellos pasó también algunos días en
el legendario hotel moscovita Lux.
De
ellos recibió las atenciones que había tratado de garantizarle Rubén,
hasta que, en mil934, ingresó en el orfanato internacional para los
hijos de los luchadores de muchos países de América Latina, Europa y
Asia, ubicado en la ciudad de Ivánovo. Allí también, poco después, llegó
Aldo Vivó.
En
junio de 1941 la guerra tocaría a las puertas soviéticas, Georgina, su
hermana mayor, se fue a un curso intensivo de adiestramiento. Enrique
iría por voluntad propia a la Escuela Superior de Mandos de Moscú. Poco
después se iría al frente. “Si tengo oportunidad te llamo para que me
vayas a despedir”, le dijo a la hermana mayor.
En
la estación moscovita de trenes se vieron por última vez. “Ha llegado
el momento de luchar por nuestra segunda patria. Ojalá tengas suerte”,
le dijo Georgina, y nunca más volvieron a verse.
Hacia
el verano de 1941, la Segunda Guerra Mundial desatada por la Alemania
hitleriana contra los países de Europa, había llegado a las puertas de
la Unión Soviética y en abril de 1942, el manzanillero Enrique Vilar
Figueredo con 18 años de edad se alistó en el Ejército Rojo y fue
enviado a la Escuela Especial de Moscú.
Allí
termina con éxito su preparación militar y más tarde fue designado Jefe
de Pelotón de Infantería. Siempre estuvo solicitando autorización para
marchar al frente; pero, sólo en el otoño de 1944 logró su propósito
cuando fue puesto a disposición del Segundo Frente de Bielorrusia.
Enrique
se trasladó a Moscú a la ciudad de Ivanovo, donde ingresó en el
Orfanato de la Internacional Comunista en el que vivían los hijos de los
revolucionarios de muchos países de Europa, América y Asia. Desde allí
escribió a su padre: "Papá, lucha por nuestra causa, cuando yo regrese
seguiremos luchando juntos
En
las noches del 29 y 30 de enero de 1945 se realizaban combates por
tomar el poblado de Fürstenau en Prusia Oriental, a 40 kilómetros de
Polonia. Hacia este combate guiaba Vilar su pelotón integrado por sólo
12 combatientes de la novena compañía, los cuales fueron dejados entrar
en la aldea para liquidarlos completamente.
Sólo
tuvieron tiempo de colocarse en línea, mas no los dejaron avanzar; sin
embargo, el pelotón jugó un importante papel por cuanto desvió fuerzas y
atención hitlerianas dando posibilidad al batallón que combatía, de
ocupar el poblado. Contaba este joven al ofrendar su vida con sólo 19
años.
En
1945, reunida la familia en La Habana, recibían una comunicación
oficial del Kremlin, en la que se informaba que Enrique Vilar Figueredo
había caído combatiendo en tierra polaca, un día como hoy pero de 1945, a
pocos días del triunfo sobre el fascismo.
Enrique
Vilar no pudo regresar a Manzanillo este joven de extraordinaria
madurez revolucionaria, murió para depositar, en el alma del pueblo
cubano, una semilla de espíritu patriótico, solidario, independentista,
antifascista e internacionalista; de amor hacia un país del cual varias
generaciones guardan imborrables recuerdos a tiempo que admiran su
historia y su cultura.
En
la Plaza de La Victoria, de la capital de Belarús, se conmemora cada
año, con ofrendas florares colocadas en el Fuego Eterno al Soldado
Desconocido, la caída del combatiente internacionalista cubano.
Sus
restos reposan en el cementerio de Branevo en Polonia y fue condecorado
post-mortem por el Soviet Supremo de la URSS con la Orden de la Guerra
Patria y por el Consejo de Estado de la República de Cuba, con la Orden
Ernesto Che Guevara de Primer Grado.
Texto Ecured, foto Internet.